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Channel: PROFESOR DANIEL ALBERTO CHIARENZA
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23 DE JULIO DE 2002: MUERE EL CANTOR DE LOS 100 BARRIOS PORTEÑOS ALBERTO CASTILLO.

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Alberto Castillo. Cantor (7 de diciembre de 1914 – 23 de julio de 2002) Nombre auténtico: Alberto Salvador De Lucca.

Más que un cantante, Alberto Castillo fue un símbolo. Sin proponérselo, buscó una ubicación en la que no importaba tanto su capacidad vocal (de una perfecta afinación). Nacido el 7 de diciembre de 1914 en el barrio porteño de Mataderos, aunque cantaba desde 1934, durante sus años de estudiante de medicina (obtuvo su título de médico, especializado en ginecología), su debut profesional se produjo en 1939 con la orquesta Los Indios, dirigida por Ricardo Tanturi.

Ricardo Tanturi y su orquesta típica "Los Indios" con Alberto Castillo. Nunca estudió canto, Alberto Castillo, el cantor más arrabalero que tuvo el tango.
 
Todos encontraron en Castillo una buena afinación, un tono irónico, zumbón, un arrastre en el fraseo y una exageración gestual que lo alejaba de los estereotipos. Era distinto al cúmulo de imitadores de Gardel que proliferaban desde su muerte. Al desvincularse de Tanturi, en 1944, para formar su propio conjunto, dirigido sucesivamente por Emilio Balcarce, Enrique Alessio y Ángel Condercuri, Castillo encontró su originalidad.

Jaime Torres, Ángel Condercuri, Danel, Alberto Castillo y O. del Valle. (1950).

Remarcó aspectos distintivos de su vestuario, y al convertirse en actor cinematográfico, subrayó los aspectos marginales de su fonética conversacional, como antes lo había hecho Gardel al acentuar las cadencias arrabaleras en su discurso.

Alberto Castillo -cantor y actor- en la película "El tango vuelve a París".
 
Asumió, así, un rol paradigmático. Vistió trajes azules de telas brillantes, con anchísimas solapas cruzadas que llegaban casi hasta los hombros, el nudo de la corbata cuadrado y ancho, en contraposición a las pautas de clase media elegante, que lo usaban ajustado y angosto. Era ropa emparentada con la moda que –como burla a la plebe- inventó el dibujante Guillermo Divito en las páginas de la revista Rico Tipo.

Alberto Castillo con su llamativa vestimenta.
 
Castillo, así como el boxeador José María Gatica asumían el papel cultural del sector “invisibilizado” que había producido el 17 de octubre de 1945. Pero la realidad decía que era una exageración, porque nadie vestía como ellos. Pero llevando el vestuario a una caricatura, transformaban la aventura en transgresión. Aunque era un universitario, Castillo prefirió ser ídolo, el representante de una clase que hasta ese momento se habían encargado de hacer invisible, pero resurgía de la periferia al centro.
Optó por la burla a la oligarquía: “Qué saben los pitucos, lamidos y shushetas / qué saben lo que es tango, qué saben de compás, / aquí está la elegancia, qué pinta, qué silueta / qué porte, qué arrogancia, qué clase pa’ bailar”, entonaba en Así se baila el tango. Acentuaba sus gestos aferrándose al micrófono. En él, los ademanes fueron provocaciones; para enfatizar ciertos temas, hacía una bocina particular con las manos, lo hacía con el dorso cruzando el rostro, con lo cual el ademán resultaba caricaturesco. Llegó a imitar el saludo de Perón desde los balcones de la Plaza de Mayo, pero en vez de alzar los brazos en un gesto amplio que comprometiera todo el cuerpo, redujo su ámbito gestual y se limitó a enmarcar su cara con los dorsos de las manos.


 
En los años cincuenta, Castillo introdujo la variante de presentarse con un grupo de negros candomberos que bailaban y lo acompañaban con el sonido de los parches del tambor cada vez que entonaba un tema del folclore africano en versión rioplatense.



A pesar de que había filmado varias películas fuertemente taquilleras –Adiós pampa mía (1946), El tango vuelve a París(1948), Un tropezón cualquiera da en la vida (1949), las tres dirigidas por Manuel Romero, y Alma de bohemio y Por cuatro días locos, realizadas por Julio Saraceni en 1949 y 1953 respectivamente-, su arraigo popular comenzó a languidecer hacia mediados de la década del cincuenta, en coincidencia con la instauración de la dictadura “fusiladora”, la que lo consideró peronista, a pesar de que nunca adhirió.


 
Su éxito se cortó de manera abrupta, igual que el proyecto político del cual era su reflejo. Trunco el desarrollo del modelo social que los había engendrado, también quedaban truncos sus productos, y Alberto Castillo había sido –acaso sin deliberación- uno de los más típicos. Su retorno a comienzos de los noventa con la banda Los Auténticos Decadentes parecía otra forma de transgresión, un guiño a sus antiguos seguidores.


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