A las 9:15 horas, cuando Alonso salía desde su casa en Belgrano, hacia el Sindicato del Vestido, su coche fue interceptado por dos autos en la esquina de las calles Benjamín Matienzo y Ciudad de la Paz. Un hombre bajó del vehículo que lo seguía
y le disparó 14 balazos matándolo en el acto.
Desde julio de 1970 los hechos de violencia política marcan una rápida escalada. El primero, un comando del movimiento “Montoneros” –indudablemente peronista- efectúa el copamiento de La Calera, en Córdoba. Aunque el Operativo resultó exitoso, la policía detuvo a gran parte de la célula cordobesa del grupo. Un miembro de “Montoneros” es arrestado en Buenos Aires, estableciéndose por su intermedio la participación de Norma Arrostito, Fernando Abal Medina, Mario Firmenich y otros, en el secuestro de Pedro E. Aramburu. Confesiones del activista torturado, conducen a la policía a una chacra ubicada en Timote, en la provincia de Buenos Aires, donde es hallado el cadáver del fusilador Aramburu. La muerte del expresidente de facto causa intensa conmoción política, a la que el gobierno de Levingston no puede sustraerse. Las declaraciones de algunos de sus allegados incriminan al general Imaz –ministro del Interior de Onganía- como instigador de los secuestradores.
El filósofo José Pablo Feinmann (el que odia a los blogs) se mete con un caso que parece que todavía da tela para cortar: el asesinato del General Pedro Eugenio Aramburu en manos de Montoneros, en 1970. - See more at: http://www.eblog.com.ar/5392/adelanto-libros-marzo-i/#sthash.g0Mbscud.dpuf
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El filósofo José Pablo Feinmann analiza un tema que todavía tiene sus aristas oscuras: la muerte violenta del general Pedro Eugenio Aramburu en manos de Montoneros (¿o no?).Tiempo después, el 7 de septiembre, Fernando Abal Medina, Carlos Gustavo Ramus y otros miembros de la organización que se hiciera responsable del secuestro y muerte de Aramburu, son abatidos a tiros en una pizzería de William Morris, en el conurbano bonaerense. El episodio nunca termina de aclararse totalmente, a pesar de una confesión pública posterior de Norma Arrostito y Mario Firmenich.
Más allá de las responsabilidades de Aramburu en la instigación de esa Argentina de la intemperancia y la violencia, su muerte aparecía como un paso más de un camino que habría de conducir a la tragedia. A la valorización de la violencia por sobre otro medio de hacer política: una violencia que podía estar legitimada cuando se traducía en estallidos sociales colectivos –en tanto resistencia a un régimen dictatorial- pero que deformaba su sentido cuando era practicada de manera aislada, foquista, por grupos que acabarían concibiéndose a sí mismos como vanguardias esclarecidas.
Más tarde se reprocharía a Perón no haber condenado ese y otros episodios producidos por las organizaciones armadas que se denominaban peronistas. Aún haber estimulado su accionar al referirse a la guerra insurreccional prolongada, como medio de combatirla dictadura. Pero si la Argentina asistíaa la creciente emergencia de ese fenómeno de violencia política –a la que se volcaban principalmente jóvenes de clase media-, no podía ignorarse la responsabilidad de un régimen que cancelaba toda forma de participación. Perón asignaba principal importancia a esa causa en el surgimiento de la violencia, y confiaba en que la continuación de la revolución “nacional”, interrumpida en 1955, podría encauzar esas rebeldías. Pero… la realidad era otra. Perón parecíadesconocer la revolución cubana, la guerrilla en América Latina, la descolonización de África, la lucha antiimperialista de Asia, el Mayo Francés… cuestiones que no desconocía su primer delegado en la época de la más combativa resistencia: el leal John William Cooke, que –lamentablemente- había fallecido. Por lo demás, el viejo caudillo estaba necesitado de acorralar y abatir al gobierno militar y no estaba en condiciones de prescindir de ninguna fuerza que contribuyera a ese objetivo.
Más tarde se reprocharía a Perón no haber condenado ese y otros episodios producidos por las organizaciones armadas que se denominaban peronistas. Aún haber estimulado su accionar al referirse a la guerra insurreccional prolongada, como medio de combatirla dictadura. Pero si la Argentina asistíaa la creciente emergencia de ese fenómeno de violencia política –a la que se volcaban principalmente jóvenes de clase media-, no podía ignorarse la responsabilidad de un régimen que cancelaba toda forma de participación. Perón asignaba principal importancia a esa causa en el surgimiento de la violencia, y confiaba en que la continuación de la revolución “nacional”, interrumpida en 1955, podría encauzar esas rebeldías. Pero… la realidad era otra. Perón parecíadesconocer la revolución cubana, la guerrilla en América Latina, la descolonización de África, la lucha antiimperialista de Asia, el Mayo Francés… cuestiones que no desconocía su primer delegado en la época de la más combativa resistencia: el leal John William Cooke, que –lamentablemente- había fallecido. Por lo demás, el viejo caudillo estaba necesitado de acorralar y abatir al gobierno militar y no estaba en condiciones de prescindir de ninguna fuerza que contribuyera a ese objetivo.
Cooke -primer delegado personal de Perón en el exilio-,
miliciano en Cuba en 1961.
El accionar de la guerrilla urbana continuó a fines del mismo mes de julio, con el copamiento de la localidad de Garín, perpetrado por las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias). El 27 de agosto otro grupo comando interceptó el automóvil en que viajaba José Alonso, exsecretario general de la CGT, dando muerte al dirigente sindical de FONIVA (Federación Obrera de la Industria del Vestido y Afines) de varios disparos. Posteriormente, el “Comando Montonero Emilio Maza” se atribuiría el hecho.
Un retrato de José Alonso, simulando estar ensangrentado.