3 DE ENERO DE 1919: COMIENZA LA “SEMANA TRÁGICA”.
A comienzos de 1919 se viven –ideológicamente- momentos de gran tensión durante la primera presidencia de Yrigoyen. La Gran Guerra ha terminado, pero corren por
Europa y América la esperanza para unos, y la preocupación para otros, emanadas de la Revolución Rusa de 1917.
El 3 de enero de 1919 los obreros, en huelga, de los Talleres Metalúrgicos Vasena ocuparon la fábrica negándose a desalojarla. Fue inútil que Elpidio González, jefe de policía, se apersonase conciliador: su autoridad fue desconocida.
Nada más hubiera ocurrido si no hubiera sido por el temor a una revolución "maximalista" (se llamaba de esta manera al bolchevismo ruso) que la prensa -como siempre, aún hoy algunos medios no perdieron la costumbre de mentir y ponerse del lado de los poderosos- propalaba en esos días. Por orden del ministerio de Guerra, aunque nunca quedó bien esclarecido, el 8 de enero dos compañías del Arsenal desalojaron la fábrica. Hubo un tiroteo, cuyo resultado fue cuatro obreros muertos y más de veinte heridos (entre ellos, algunos soldados). El 9, las dos centrales obreras, tanto la U.G.T. (Unión General de Trabajadores) y la F.O.R.A. (Federación Obrera Regional Argentina), declararon la huelga general.
El entierro de las víctimas se transformó en una imponente manifestación de más de veinte mil personas. Hubo graves disturbios, ya sea por la indignación de los obreros, o por elementos infiltrados. La fábrica Vasena quedó incendiada, además se quemaron edificios religiosos, se volcaron tranvías y carros formando barricadas contra las cargas de la guardia de seguridad (que resultó impotente para impedir el desorden). Los comercios cerraron sus puertas por precaución, quedó detenida la circulación callejera, no hubo distribución de diarios (único medio informativo) y apenas, pero con mucha dificultad, circularon algunos trenes del servicio suburbano.
Corrían los más extraños rumores favorecidos por la ausencia de diarios (o no, tal vez "la calle" dijera una desacostumbrada verdad deformada usualmente por los medios de prensa), los desórdenes en el entierro de las víctimas y la exaltación de algunos jóvenes de la oligarquía que, armas en mano, salieron a reprimir a los "maximalistas" (y menos mal que no estaba Gerardo Morales, sino hubiera dicho que los lideraba Milagro Sala). De todos modos el miedo se generalizó. Se decía que los revolucionarios asaltaban el Departamento de Policía, la Casa de Gobierno, la Catedral: lo cierto fue que efectivos de la policía ametrallaron la Avenida de Mayo suponiéndola copada por los "revolucionarios" (así llamaban a los huelguistas y sus adherentes). Como los "maximalistas" eran rusos, y en la jerga porteña se llamaba rusos a los judíos, hubo exceso contra comercios y pacíficos habitantes del barrio hebreo de la Ciudad (si esto no es xenofobia… la xenofobia dónde está: en Macri).
Fue llamado el ejército a restablecer el orden. Pero hasta el 13, el general Dellepiane no lo conseguiría: tres días de angustia en la población, desconcierto de los policías e impunidad de los "guardias blancos".
La cámara de diputados votó el estado de sitio: la policía detuvo a un obrero alemán de vagos antecedentes anarquistas -Pedro Wald- que se confesó responsable de la revolución "maximalista" y admitió que sería el presidente de la República una vez triunfante.
El Senado no llegó a aprobar el estado de sitio porque trascendieron las exageraciones de la "Semana", y el ejército no encontraba los cantones insurrectos. Un recurso de "habeas corpus" puso en libertad a Wald. Se supo que, torturado, habría hecho las extravagantes confesiones.
La calma volvería. Pero quedó la sensación de ineptitud del gobierno para cuidar el orden e impedir episodios como el ocurrido. Sus votantes disminuyeron en las elecciones legislativas de marzo de ese año.
Lo que sí, el radicalismo no se atrevió a decir nunca más que era el garante de las libertades públicas. Así continuamos hoy, año 2011, en que a algunos no se les cae la cara de vergüenza y lo continúan diciendo.
A comienzos de 1919 se viven –ideológicamente- momentos de gran tensión durante la primera presidencia de Yrigoyen. La Gran Guerra ha terminado, pero corren por
Europa y América la esperanza para unos, y la preocupación para otros, emanadas de la Revolución Rusa de 1917.
El 3 de enero de 1919 los obreros, en huelga, de los Talleres Metalúrgicos Vasena ocuparon la fábrica negándose a desalojarla. Fue inútil que Elpidio González, jefe de policía, se apersonase conciliador: su autoridad fue desconocida.
Nada más hubiera ocurrido si no hubiera sido por el temor a una revolución "maximalista" (se llamaba de esta manera al bolchevismo ruso) que la prensa -como siempre, aún hoy algunos medios no perdieron la costumbre de mentir y ponerse del lado de los poderosos- propalaba en esos días. Por orden del ministerio de Guerra, aunque nunca quedó bien esclarecido, el 8 de enero dos compañías del Arsenal desalojaron la fábrica. Hubo un tiroteo, cuyo resultado fue cuatro obreros muertos y más de veinte heridos (entre ellos, algunos soldados). El 9, las dos centrales obreras, tanto la U.G.T. (Unión General de Trabajadores) y la F.O.R.A. (Federación Obrera Regional Argentina), declararon la huelga general.
El entierro de las víctimas se transformó en una imponente manifestación de más de veinte mil personas. Hubo graves disturbios, ya sea por la indignación de los obreros, o por elementos infiltrados. La fábrica Vasena quedó incendiada, además se quemaron edificios religiosos, se volcaron tranvías y carros formando barricadas contra las cargas de la guardia de seguridad (que resultó impotente para impedir el desorden). Los comercios cerraron sus puertas por precaución, quedó detenida la circulación callejera, no hubo distribución de diarios (único medio informativo) y apenas, pero con mucha dificultad, circularon algunos trenes del servicio suburbano.
Corrían los más extraños rumores favorecidos por la ausencia de diarios (o no, tal vez "la calle" dijera una desacostumbrada verdad deformada usualmente por los medios de prensa), los desórdenes en el entierro de las víctimas y la exaltación de algunos jóvenes de la oligarquía que, armas en mano, salieron a reprimir a los "maximalistas" (y menos mal que no estaba Gerardo Morales, sino hubiera dicho que los lideraba Milagro Sala). De todos modos el miedo se generalizó. Se decía que los revolucionarios asaltaban el Departamento de Policía, la Casa de Gobierno, la Catedral: lo cierto fue que efectivos de la policía ametrallaron la Avenida de Mayo suponiéndola copada por los "revolucionarios" (así llamaban a los huelguistas y sus adherentes). Como los "maximalistas" eran rusos, y en la jerga porteña se llamaba rusos a los judíos, hubo exceso contra comercios y pacíficos habitantes del barrio hebreo de la Ciudad (si esto no es xenofobia… la xenofobia dónde está: en Macri).
Fue llamado el ejército a restablecer el orden. Pero hasta el 13, el general Dellepiane no lo conseguiría: tres días de angustia en la población, desconcierto de los policías e impunidad de los "guardias blancos".
La cámara de diputados votó el estado de sitio: la policía detuvo a un obrero alemán de vagos antecedentes anarquistas -Pedro Wald- que se confesó responsable de la revolución "maximalista" y admitió que sería el presidente de la República una vez triunfante.
El Senado no llegó a aprobar el estado de sitio porque trascendieron las exageraciones de la "Semana", y el ejército no encontraba los cantones insurrectos. Un recurso de "habeas corpus" puso en libertad a Wald. Se supo que, torturado, habría hecho las extravagantes confesiones.
La calma volvería. Pero quedó la sensación de ineptitud del gobierno para cuidar el orden e impedir episodios como el ocurrido. Sus votantes disminuyeron en las elecciones legislativas de marzo de ese año.
Lo que sí, el radicalismo no se atrevió a decir nunca más que era el garante de las libertades públicas. Así continuamos hoy, año 2011, en que a algunos no se les cae la cara de vergüenza y lo continúan diciendo.