La patriota jujeño-salteña Juana Grabriela Moro Díaz de López.
Juana Gabriela Moro Díaz de López nació en San Salvador de Jujuy, hija del escribano, coronel de los Ejércitos y funcionario español, Juan Antonio Moro Díaz y la viuda Faustina Rosa de Aguirre Pondal. Su padre fue hombre de confianza del gobernador-intendente de Salta del Tucumán, Ramón García de León y Pizarro, y contribuyó a la fundación de San Ramón de la Nueva Orán, siendo nombrado Segundo Regidor y Alcalde Mayor.
A los 15 años se identificó con el movimiento revolucionario de Mayo. Dicen que ella con otras mujeres de Salta, por 1813, “sedujeron a los jefes militares, entre otros, a Juan José Feliciano Alejo Fernández Campero, marqués de Yaví, y lograron, pocos días antes de la batalla de Salta, que abandonaran las filas del ejército y regresasen al Perú para luchar por la causa de la emancipación”. Ese poder de persuasión probablemente haya sido favorecido por la naturaleza democrática –y no, inicialmente, separatista de España- que se le reconoce al movimiento de Mayo, lo que explica que militares españoles, liberales –alineados con la revolución emancipadora española originada el 2 de mayo de 1808- se manifestaron a favor de las revoluciones americanas que se dieron 1809 y 1811. Juana se había casado en octubre de 1802 con el coronel Jerónimo López, estableciéndose en la ciudad de Salta.
Su casa, ubicada en la actual calle España 782 cerca de la de Martín Miguel de Güemes, debía ser punto de reunión de los fugados, siendo adecuada por su extensión (una cuadra) y por contar con dos frentes.
La organización de las mujeres consiguió que se efectuaran eficaces tareas de espionaje y sabotaje contra las fuerzas absolutistas que ocupaban su ciudad durante la Guerra de Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Tras vencer en Vilcapugio y Ayohuma, el general Joaquín de la Pezuela ocupó la ciudad de Salta. Juana y María Loreto Sánchez Peón encabezaron una eficaz red de espionaje a la que contribuyeron mujeres de todos los rangos sociales, como Gertrudis Medeiros, Celedonia Pacheco y Melo, “Macacha” Güemes, Juana Torino, María Petrona Arias, Martina Silva de Gurruchaga y Andrea Zenarruza.
Lo dicho explicaría la venganza que se toma el absolutista virrey Pezuela contra los españoles liberales en 1815, por lo cual sería desplazado por La Serna y otros oficiales liberales del ejército español. Después de las derrotas mencionadas, Pezuela impone su dominio en el Alto Perú y el norte, y castiga a Juana encerrándola en su casa –ventanas y puertas tapiadas- para que muera de hambre y sed. Queda sentenciada a muerte segura, pero una vecina logra abrir un boquete a través del cual logra fugarse. Así, Juana pasa a ser conocida como “la emparedada de Salta”.
En una secuencia anterior, 1814, el gobernador Martínez de Hoz, también había tomado represalias contra ella, por sus detectadas tareas como espía de los revolucionarios y habían ordenado saquear su casa, llevándola detenida a Jujuy.
A pesar de las persecuciones, Juana no se arredra y continúa en su objetivo liberador. De colaboradora de Belgrano pasa a convertirse en importantísimo apoyo de Güemes, corriendo serios peligros para acercarle información, a veces, vestida con la usanza coya, otras veces, con traje de soldado. Más tarde, presta servicios como espía al General Arenales.
En Salta y Jujuy era ampliamente conocida por su posición revolucionaria y cuando Arenales derrota a los españoles y recupera Salta, el pueblo la pasea en triunfo por las calles de la capital de la provincia.
La enseñanza mitrista, oficial y aún hasta podríamos calificar de escolarizada, no se ha ocupado de esta protagonista legendaria, que apenas ha trascendido por las recopilaciones de los populares folcloristas a través de alguna canción. Con respecto a su muerte, el historiador Cutolo señala que se carece de información aunque parece haber alcanzado una edad avanzada, pues dicho investigador sostiene que existen pruebas de que aún vivía en 1874, es decir que ya estaba cerca de los noventa años.