Afiche de la película nacional "Prisioneros de una noche".
En la denominada Generación cinematográfica del 60 se produce una nueva fundación de Buenos Aires. Es que desde los albores del cine nacional, Buenos Aires fue su cara más visible. Como siempre: federalismo ¡Minga! Una abrumadora mayoría de películas tuvo –y tiene, aún hoy a pesar de los ingentes esfuerzos del INCAA- por ámbito de sus ficciones a la Ciudad de Buenos Aires, capital de la República Argentina. Una ciudad que en las décadas de los 30, los 40 y la primera mitad de los 50 era más bien intuida por el espectador, ya que en esos años solía filmarse en estudios, en los que reconstruían calles y edificios que daban al espectador la sensación de que la cámara salía al aire libre cuando eso no era cierto. En ocasiones se registraban escenas callejeras con cámara sola que luego, en los estudios, eran proyectadas sobre sobre una pantalla mientras, delante, fingían estar en la avenida Corrientes, en una isla del Tigre o, lo más común, sobre un automóvil en marcha. Filmes como Los pulpos (Carlos Hugo Christensen, 1947) y Apenas un delincuente (Hugo Fregonese, 1948) fueron pioneros en airear la pantalla con lugares reales fácilmente reconocibles por el público. Pero aunque desde entonces la filmación en localizaciones fue en aumento, hubo que esperar a 1960 para que una película argentina mostrara la Buenos Aires de siempre con un aire renovado, y el mérito le cupo a Prisioneros de una noche.
Escena en exteriores de "Apenas un delincuente".
Producido por Néstor R. Gaffet y Germán S. Calvo para una empresa, Producciones Ángel SRL., de la que eran titulares Gaffet y Leopoldo Torre Nilsson, filmado a muy bajo costo y en escasas seis semanas, fue la opera prima de largometraje de David Kohon (1929-2004), periodista y crítico cinematográfico, poeta, dramaturgo, ocasional ayudante de dirección en la industria y autor de un par de cortometrajes, experimental el primero, documental el segundo, éste no casualmente titulado Buenos Aires (1958). Nadie Mostró Buenos Aires como Kohon, nadie extrajo de ella su real atmósfera, su vibración, sus recovecos; nadie la utilizó tan acertadamente en función dramática. Respiraba el pulso de su ciudad, la utilizaba como fondo (misterioso, hostil, amargo o esperanzado) para los pequeños dramas de sus criaturas.
El director cinematográfico David José Kohon.
No otra cosa es Prisioneros de una noche que el pequeño drama de una pareja de solitarios: un buscavidas (Alfredo Alcón) que se gana unos pesos trabajando los fines de semana como señuelo en remates de tierra y una bailarina profesional de tango (María Vaner), harta de los hombres que suelen manosearla cada noche más allá del tango. Curiosamente, ambos se conocen en una ciudad de la provincia (Escobar fue utilizada para el rodaje), pero su relación de apenas un par de días se despliega en Buenos Aires. Kohon, el veterano director de fotografía Alberto Etchebehere y el operador de cámara Aníbal Di Salvo recorren con ellos el barrio de Retiro (la estación del ferrocarril General Mitre, la estación del subte, el Parque de Retiro, la Plaza Británica y su Torre de los Ingleses), la avenida Corrientes (los cines Rotary y Plaza, el teatro El Nacional, La Plaza de la República, el recién inaugurado Teatro Nacional General San Martín), el barrio del Abasto (el Mercado), el barrio de Almagro (el Mercado de Flores) y el barrio de Balvanera (el restaurante La Querencia en la Avenida de Mayo, el garage Salta) además de un bar, un salón de juegos ,una academia de baile y el night club Baby Doll.
No importa relatar aquí las peripecias de Alcón y Vaner: baste decir que su incipiente relación, pautada por la intromisión de terceros, terminará en tragedia. Lo que importa en Prisioneros de una noche es la manera en que Kohon narra esa módica historia, la infinita ternura con la que observa a sus criaturas, el realismo casi poético con el que los confronta a pesar de un entorno básicamente hostil. Demorado su estreno por más de un año y medio, su fracaso comercial era casi seguro, pero no por ello menos injusto, a pesar de que por entonces Alfredo Alcón y María Vaner estaban en la cresta de la ola.María Vaner y Osvaldo Terranova en una escena del rodaje.